En su reciente evento del Día de la IA en Guangzhou, el fabricante chino de vehículos eléctricos Xpeng presentó Iron, un robot humanoide que inmediatamente llamó la atención de Internet. Los videos de Iron caminando por el escenario, mostrando movimientos descritos como sorprendentes e incómodos, rápidamente se volvieron virales en las plataformas de redes sociales tanto en Estados Unidos como en China. Para sofocar el escepticismo acerca de que el robot sea algo más que un artista humano hábilmente disfrazado, Xpeng dio un paso sin precedentes durante la presentación: abrieron Iron en vivo en el escenario para revelar su funcionamiento interno.
El efecto valle inquietante, un fenómeno en el que figuras casi humanas provocan sentimientos de inquietud, jugó un papel importante en la reacción del público ante Iron. Su diseño blanco, completo con pronunciadas curvas en el pecho, una característica que no se ve comúnmente en los robots humanoides, amplificó aún más esta sensación de sobrenaturalidad. Los comentaristas hicieron comparaciones con obras populares de ciencia ficción como “Under the Skin”, “Ex Machina” e incluso “Terminator 2”, destacando cómo estas narrativas continúan influyendo tanto en la creación como en la percepción de los robots.
El debut de Iron no es un incidente aislado. En los últimos años, una serie de robots humanoides han atraído la atención viral por sus avances (o la percepción de su falta). Optimus de Tesla, Atlas de Boston Dynamics y el robot de ayuda doméstica NEO recientemente revelado de X1 son sólo algunos ejemplos que demuestran la perdurable fascinación del público por las máquinas antropomórficas.
A pesar de décadas de desarrollo, los robots humanoides todavía luchan con tareas fundamentales como caminar con gracia o manipular objetos con destreza, algo destacado por Popular Science en 2014 y, lamentablemente, sigue siendo cierto hoy en día. Esta persistente brecha entre la promesa y la realidad sólo intensifica la naturaleza inquietante de estas creaciones, arrastrándonos a una compleja danza de fascinación y aprensión.
Para empresas como Xpeng, aprovechar esta intriga inherente es una estrategia de marketing astuta. Generar titulares con robots humanoides es una forma garantizada de captar el interés del público en un panorama tecnológico cada vez más poblado.
En última instancia, el impacto de Iron trasciende la mera fama viral. Sirve como un crudo recordatorio de que la búsqueda de construir máquinas que se parezcan a nosotros está profundamente entrelazada con nuestras propias ansiedades y deseos humanos. ¿Por qué encontramos a estos humanos artificiales tan cautivadores, incluso inquietantes? Quizás la respuesta esté en algún lugar de las profundidades de nuestro subconsciente colectivo: un reflejo de lo que significa ser humano en una época cada vez más definida por la tecnología.







































